Contestaras esa llamada, levantaras el auricular hasta la altura de tu cabeza y lo reposaras sobre tu sien izquierda. Tu mano, temblorosa, sostiene con fuerza el teléfono. Recordaras que debes ir a la tienda un segundo antes de que la voz del otro lado de la bocina reaccione y se presente. Soltaras tu bolso. Dejaras tu esmalte en la repisa. Le tenemos grandes noticias. Dejas reposar tu espalda en la pared, luego, tu trasero, finalmente, las piernas. Se requiere de su presencia en no más de tres días, créame, es usted muy afortunada, ya está aquí. Esa voz te dará una dirección y un numero telefónico que anotas sobre ese anuncio de comida rápida color blanco con letras verdes. Tú, ausente, cuelgas el teléfono un minuto después.
Recoges los platos, sueltas al perro, le cambias la arena al gato. Todo esto mientras la estufa apagada no calienta y los huevos en la repisa aún no salen del cascaron. Tu hijo mayor se va de la casa y el menor escupe lo que le queda de dentrífico en la boca. Tu marido sube su maletín en el asiento trasero de su automóvil modelo 1998. Tú no descansas. Tú, ahora, fuera de tu casa y dentro del supermercado, dejas caer el brócoli y el cilantro en el carrito de metal grisáceo, mientras piensas que en tres horas debes asistir a el lugar y a la hora acordada con esa voz.
Distraída, dejas la bolsa con las papas y las tortillas en el carrito. Subes a tu auto, llegas a casa, introduces la llave en la cerradura de metal, apagas la alarma, dejas la comida en el refrigerador, en la alacena y en los cajones. Regresas a tu auto y vas hacia la calle X, en la colonia Z. Calle X, dentro de la colonia Z, a las M horas, no lo olvides mujer. Vez a un perro negro y también un puesto de zapatos. El ruido de los camiones, los vendedores y los niños en las calles no te deja escuchar la estación sintonizada por tu radio donde anuncian una crema reductora de tallas.
Cuarto para las M y tú aún no llegas. Con la mirada fija en la avenida decides no contestar tu celular que lleva cuatro minutos sonando. Finalmente localizas la colonia Z – la cual no crees que sea tan diferente a la L y a la N, las cuales acabas de atravesar -. Decides dejar tu automóvil estacionado en la calle más transitada que encuentras y dedicas esos minutos a encontrar la nomenclatura que indique el numero del lugar donde te citaron.
Tú levantaras la mirada para ver el edificio, tú bajaras la mirada para ver tu reloj. Dejaras tu mirada al frente al entrar por esa puerta de vidrio sucio por el tacto de las manos con tierra, comida y sudor. Tú caminas por ese pasillo lleno de pinturas llenas de polvo y de días. Tú tropezaras con esa maceta desproporcionada y negra que se encuentra en la esquina donde das vuelta. Tú levantaras tus manos y con tus dedos largos y limpios te harás una cola de caballo.
Tú saliste del edificio, subiste a tu auto, atravesaste más de S metros. Tú llegaste a tu casa. Tú ves la televisión después de limpiar el cuarto de tu hijo que ahora esta durmiendo. Y tú le indicas a tu esposo, que ya fuiste por la caja con viagra, que mandaste pedir hace un mes.
Tienes un estilo interesante de narración, mucha influencia de escritores latino- americanos, debí suponermelo, buen blog Reynaldo, no tenía idea de que tambien escribias.
ResponderEliminarIncreíble narración. Felicidades Reynaldo, llegarás muy lejos.
ResponderEliminarSaludos cordiales.