jueves, 2 de septiembre de 2010

Ella.


"Y ahora, Carmen, se muere en ese desgarrarse
y ahora, Carmen, revive y trata de encontrarse
todo por amor"
Pedro Guerra. 


El aeropuerto de Monterrey era una mezcla de luz tenue y frío en las aceras. Seis treinta y nueve de la mañana. Sobre mi espalda cargó el atuendo de una temporada por Europa. Dicen que a París se llega buscando la inspiración -si es que existe- o buscando el olvido - si es que existe-. El refugio de los deprimidos me dijeron una vez. 

*

Las escaleras eléctricas son parte del cliché para quien observa a quien se va. La figura se pierde y la unión se dispersa. En mis audífonos suena la canción que siempre me recuerda su nombre. Ella un día me pidió perdón. sin las siete de la mañana y yo escapo en pos de olvidar y de un no sé que pero que me impulsa a tomar este vuelo. La escala en Houston inicia en una hora. 

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La primera vez que la vi me enamoré, o me gustó, o inevitablemente pregunté su nombre; quizá no, quizá solamente la vi pasar como quien ve caer la hoja del árbol. Para el caso es lo mismo, meses después le declaré mi amor de una forma tan estúpida que prefiero no recordarlo. No sé si en un inicio sintió lástima o realmente ya habíamos forjado una amistad. Carmen y diecinueve libros en mi maleta. Carmen y mi gabardina  y boleto de avión. Carmen y la pulsera que jamás le devolví. 

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A veces soñaba que ella aparecía ente mí, mirándonos uno al otro, sonriendo durante un instante o durante toda una vida. Solo bastaba vernos. Entonces amanecía, y el sinsabor en la garganta era el knock out con que despertaba. Yo sabía que jamás lograría nada con ella. 
Me explico, yo sabía que ella jamás se iba a interesar en mí de la manera en que yo lo hacía. Que aunque soñara el día en que viviéramos juntos con tres hijos en una colonia de la Ciudad de México, envejeciendo juntos, leyendo juntos, y despertar cada mañana viendo su rostro, sabía que a lo máximo ella soñaba con no lastimarme con sus No.

*

Dos horas en Houston antes de tomar el transatlántico. Llevo en la maleta los poemas que ella jamás ha leído. 

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Hubo semanas en que pensé que podría pasar. No recuerdo una temporada tan feliz al inicio, ni tampoco una más desesperada al final. Regresé a la realidad, y a la costumbre de saberme siempre lejos de ella. 

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Dicen que París te hace olvidar. Ocho de la mañana en el aeropuerto Charles de Gaule. Catorce grados centígrados. No pierdo la esperanza que algún día me diga que sí. En el pasillo, un mexicano saca de su mochila una máscara del Santo y se la pone. Vi a Carmen bajar del avión en que yo viajaba. Se pasó de largo sin que yo pudiera llamarle. Las bocinas indican que el vuelo rumbo a Estambul se retrasará dos horas. 


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